
Introducción
La Constitución española marca la igualdad entre el hombre y la mujer, sin embargo esta igualdad en la vida cotidiana está muy lejos de ser real. Pese a que el número de mujeres que se incorpora tanto al mundo laboral, como a las aulas y cursos formativos va cada vez en aumento, la presencia de la mujer en cargos de responsabilidad es mínima; los salarios a nivel general son inferiores al de los varones ante el mismo trabajo, las tasas de paro, estabilidad y calidad de empleo es muy desfavorable en relación con el hombre y paralelo a este proceso de incorporación de la mujer a los distintos ámbitos de la vida no ha surgido un movimiento de corresponsabilidad por parte masculina de realización de tareas tradicionalmente asignadas de antemano a la mujer.
La sociedad sigue presionando para que las personas pensemos y actuemos de forma diferente según seamos hombres y mujeres. Desde la infancia hemos aprendido un modelo de hombre o de mujer, y muchas de nuestras conductas y pensamientos vienen determinados por ese proceso de aprendizaje (socialización). Se espera que ejerzamos nuestro rol de manera «adecuada». No hacerlo supone romper, enfrentarse, cambiar las normas y es en ese contexto donde surge la violencia. Violencia física y psicológica ejercida contra la mujer por el mero hecho de ser mujer. Este tipo de violencia pretende por un parte del colectivo masculino, reafirmar un orden social que entiende la relación de ambos sexos de modo jerárquico, de forma que considera el sexo masculino superior y más significativo que el femenino y por tanto trata de someter la palabra y el cuerpo de la mujer a través de la fuerza y la violencia.
Esto no significa que toda la sociedad ni todos los hombres promuevan y ejerzan violencia y estén satisfechos con un orden de cosas que subordinan a las mujeres, ni que todas ellas estén en su conjunto sometidas a esta forma de proceder. De hecho, coexisten diversas formas de relación y de ser hombre y mujer en nuestra sociedad no basadas en la fortaleza de lo masculino, en la agresividad, la competitividad y la renuncia a los sentimientos y que plantean un modelo positivo, respetuoso, igualitario y más libre que luche contra todo tipo de discriminación por razón de sexo.
Todo ello nos ha llevado a un replanteamiento de las actuaciones de nuestros centros y a plantear un proyecto de trabajo común cuyo objetivo esencial es:
“Educar en igualdad, ya que es en la desigualdad entre hombres y mujeres donde se encuentra el germen de la violencia y el origen del maltrato.”
Creemos que la educación es la base de cualquier tipo de prevención y para ello existen, dentro de los distintos niveles educativos, planes de trabajo específicos. Ahora bien de poco o nada sirven estos programas si la imagen no verbal que reciben de sus familias o de la sociedad, a través de los ejemplos de sus propios comportamientos, no refuerza este aprendizaje y es en este ámbito, en el de la pareja primero y la familia después, desde donde se transmiten, muchas veces de forma inconsciente, los modelos aprendidos; de hecho el primer núcleo de socialización es el entorno familiar. Por eso creemos que es muy positivo el trabajo con personas adultas, hombres y mujeres jóvenes y no tan jóvenes, que formarán o han formado parejas, que son o van a ser madres, padres y abuelos y abuelas transmisores de roles tanto desde su ámbito más cercano, el familiar, como el social.